Franco Casella fue un hombre cuyo legado trasciende más allá de la política. Fue un padre, esposo, amigo y luchador social. Su familia, especialmente sus hijas, las morochas Victoria y Estefanía, y la más pequeña, Libertad, siempre fueron su mayor motivación. Franco, como padre, demostró el amor y la dedicación de un hombre dispuesto a sacrificarlo todo por el bienestar de los suyos.
Su vida estuvo marcada por su trabajo social, siendo un formador y promotor de miles de jóvenes, tanto en el Movimiento Estudiantil como en diversas delegaciones de Modelos de Naciones Unidas en la Universidad Católica Andrés Bello. Además, fundó los partidos políticos venezolanos Voluntad Popular y Vente Venezuela, dejando su huella indeleble en cada uno de ellos.
Desde sus primeros pasos como activista en las juventudes de la Coordinadora Democrática en 2002, hasta sus últimos momentos en el exilio, Franco estuvo siempre en la lucha, apoyando a los más vulnerables y llevando la voz de los perseguidos dentro y fuera del país. Fue un hombre que dedicó su vida a la defensa de los valores y la justicia, resistiendo siempre a un régimen opresor.
Franco fue elegido Diputado, ganándose los corazones de los ciudadanos de Catia, donde derrotó al régimen de Maduro en uno de los territorios más chavistas del país. Esta victoria fue particularmente significativa para él, pues Catia, su añorada parroquia Sucre, fue también el lugar donde su padre ejerció como concejal. Desde allí, ascendió a la Vicepresidencia de la Comisión de Defensa de la Asamblea Nacional, donde desempeñó labores clave que lo llevaron a ser perseguido por su defensa incansable de los presos políticos militares y sus familias.
Uno de los aspectos menos conocidos, pero que revela su profunda humanidad, fue la «Operación Arco Iris». Iniciada tras la tragedia de perder dos de sus hijos, esta operación se transformó en una tradición de servicio que duró más de 30 años, entregando juguetes a niños de sectores humildes cada 25 de diciembre. Esta acción humanitaria se extendió a España, Panamá, Colombia y Chile, con el apoyo de migrantes venezolanos.
La persecución política, el exilio y la lucha diaria marcaron profundamente su salud física y emocional. Al igual que millones de venezolanos, Franco tuvo que salir de su país, vivir bajo condiciones difíciles, y construir una nueva vida mientras seguía luchando por la libertad de su tierra. Este desgaste, tanto personal como familiar, contribuyó al deterioro de su salud, culminando en su muerte.
Franco nos recuerda el sacrificio y el costo personal que muchos venezolanos, como él, han tenido que afrontar a causa del régimen de Maduro. Su muerte no solo es un recordatorio de los precios que se pagan por asumir posiciones de liderazgo y riesgo, sino también de la valentía de aquellos que, a pesar de todo, nunca se rinden.
Es crucial que su legado sea recordado, no solo por lo que logró, sino por el alto precio que pagó por su valentía.
Pero su muerte también es un recordatorio de por qué vamos a ganar: porque Franco fue único, pero no fue el único que ha luchado desde siempre, jamás dejó de luchar y creer en una Venezuela libre. Con constancia, valentía, virtud y honor.