Cada vez que Angely La Cruz se despide de él, siente que algo dentro se le queda en El Helicoide. El abrazo dura segundos, pero el vacío que deja la despedida la acompaña durante días. Lo ha visitado varias veces desde que, por fin —hace dos meses—, le permitieron hacerlo. Aun así, el dolor no cede: ese sitio no tiene nada que ver con la lucha de Carlos Azuaje. No fue hecho para alguien como él.
Lo último que Carlos le dijo en libertad fue “cuídate, mi amor”. Lo abrazó como siempre, sin apuros, con ese gesto tierno que ella no imaginó que sería el último en libertad. Esa noche —18 de diciembre de 2024— él viajaba en un camión de alimentos rumbo al estado Bolívar, como parte de una de sus múltiples gestiones solidarias. En una alcabala de la Guardia Nacional en Anzoátegui lo detuvieron. Desde entonces, seis meses han pasado. Y su vida —la de ambos— dio un giro que aún no consiguen asimilar.
“Han sido seis meses en los que la vida nos cambió en su totalidad, en los que los planes que teníamos cambiaron de dirección”, dice.
Carlos Azuaje, ingeniero, activista de Voluntad Popular y defensor de la producción nacional, fue acusado por el régimen de Nicolás Maduro de terrorismo. Nadie ha explicado públicamente en qué consisten los cargos. Tampoco se ha presentado prueba alguna. Desde su arresto ha estado recluido en El Helicoide, sin acceso a defensa privada. Para Angely, lo más cruel ha sido presenciar cómo el Estado viola un derecho tras otro, mientras ella solo puede abrazarlo en silencio y orar para que no se rompa.
Luchador social
Carlos nació hace 40 años en Trujillo, pero su historia está profundamente anclada en Barinas, especialmente en Sabaneta, tierra natal de Hugo Chávez. Allí, Carlos pasó de ser un técnico del Complejo Agroindustrial Azucarero Ezequiel Zamora (CAAEZ), a convertirse en denunciante. Expuso hechos de corrupción que involucraban directamente a figuras del chavismo. En 2016, sus señalamientos sirvieron como base para que la Asamblea Nacional abriera una investigación. Pocos meses después, lo despidieron del CAAEZ. Lo acusaron de conspirar.
No se detuvo. Con una libreta, una cámara y sus redes sociales, comenzó a registrar denuncias ciudadanas, problemas ambientales y denuncias laborales. Era frecuente verlo en las giras de María Corina Machado y Edmundo González, llegando un día antes a cada ciudad para preparar la cobertura. Es un hombre de profundas convicciones que encontró en Voluntad Popular un espacio para defenderlas. “Carlos es un soñador, un compañero solidario, hospitalario, un gran amigo”, dice Angely. Y no lo dice desde la nostalgia, sino desde la certeza de quién es él, incluso preso.
Durante el año previo a su detención, no tuvo un lugar fijo. Dormía donde podía. En Barinas todos sabían que era perseguido. Lo buscaban. Lo amenazaban. En 2020 denunció que desde el poder local habían ordenado matarlo. Señaló directamente a la entonces alcaldesa Zenaida Gallardo, figura fuerte del oficialismo regional. Vivía en riesgo, pero se mantenía firme.
Una historia que no se borra
Angely no olvida el día en que se enteró de su arresto. Fue como sentir que le arrancaban el aire. Por semanas no pudo verlo, ni saber cómo estaba. El régimen no daba respuesta. A cada golpe en la puerta temía recibir una mala noticia. Solo dos meses después comenzó a tener visitas regulares. “Cada vez que voy a verlo, el corazón se me pone chiquito. Luego, la despedida es desconcertante, dolorosa”, dice. Pero también confiesa que esos breves encuentros son su salvación. “Verlo me alivia, me permite seguir”.
Carlos, asegura, no se ha quebrado. Se mantiene fuerte, con fe. Sabe que su historia no es única: representa a cientos de presos políticos en Venezuela. Angely también ha debido hacerse fuerte. “Esto ha sido un proceso difícil, han violentado todo el debido proceso”, repite con rabia serena. “El pensar diferente no es un delito. Carlos debe estar libre porque es inocente”.
Cuando lo abraza antes de irse, Angely piensa que ese lugar nunca podrá encerrar del todo a Carlos. Aunque esté allí, en una celda, sin justicia, él se mantiene de pie. A veces le cuenta que sueña con proyectos, con el renacer del “Hecho en Venezuela”, con reactivar la producción nacional. Otros días solo le dice que la ama y que siga luchando por él.
Ella lo hace. Va a verlo. Lo nombra. Repite su historia para que no la borren. Y aunque cada despedida le duela como si fuese la primera, se aferra a la fe de que esa no será la última vez. Que un día, al fin, lo abrazará sin contar los segundos.